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Boletín Informativo Num.10 - Darío y su relación con Dios.

  • Asoc. Francisca Sánchez
  • 29 nov 2021
  • 6 Min. de lectura
La Asociación hispanoamericana Francisca Sánchez del Pozo tiene el gusto de comunicar, que, el Dr. Don Carlos Caballero Alvarado ha sido nombrado
representante de la asociacion en Nicaragua.







Darío y su relación con Dios.

Por: Carlos Caballero Alvarado.






Empezaremos este trabajo, a manera de introducción, citando las palabras del sacerdote de la Orden de San Benito, Anselm Grün, quien en su obra La sabiduría de los Padres del Desierto dice: “Sólo el humilde, el que está dispuesto a admitir su humus, su condición de tierra, su condición de hombre es el que experimenta a Dios”. Con estas palabras sentimos que describimos e identificamos a Darío, pues todo aquél que haya leído alguna de sus biografías, o su obra se habrá dado cuenta que él fue un hombre humilde y muy consciente de su temporalidad existencial.


Esa misma obra de Anselm Grün nos enseña a practicar una espiritualidad desde abajo, veamos lo que al respecto afirma: “A través de los pecados hemos de bajar a nuestro fondo más profundo y desde allí podemos subir hacia Dios”. Es decir, que llegamos a Él, confesando o reconociendo nuestras impurezas y la inevitable imperfección con la que actuamos. Y, es esto lo que, precisamente, hace Darío al reconocerse como un pecador, sujeto de señalamientos éticos por sus indebidas e inapropiadas debilidades. En su papel de Benjamín Itaspes en la obra autobiográfica Oro de Mallorca expresa: “(…) el quinto y el tercero de los pecados capitales habían sido los que más se habían posesionado desde su primera edad, de su cuerpo sensual, de su alma curiosa, inquieta e inquietante”. Como podemos advertir, aquí está confesando su padecimiento de gula y de lujuria. Debemos deducir, por tanto, que tuvo que haber luchado, fuerte e incesantemente, para sacudirse esas impurezas y anteponerles a las mismas las correspondientes virtudes de templanza y castidad. Al mismo tiempo esto nos explica su breve estancia en el Monasterio La Cartuja, pues había en él una lucha interior y la necesidad espiritual de una atmósfera de paz, en donde pudiese de modo seguro, respirar un aire puro y libre de toda contaminación ética.


Más adelante, refiriéndose siempre a sus debilidades y en ese mismo papel de Benjamín Itaspes, expone: “Pero Dios mío, si yo no hubiera buscado esos placeres, que aunque fugaces dan por un momento el olvido de la tortura de ser hombre, sobre todo cuando se nace con el terrible mal de pensar, ¿qué sería de mi pobre existencia en un perpetuo sufrimiento, sin más esperanza que la probable de una inmortalidad, a la cual tan solamente la fe y la pura gracia dan derecho?”. Con esta confesión, Darío no sólo justifica sus debilidades, sino también la forma en que quiso resolverlas, pero teniendo presente a Dios y sus normas, consciente de que con su proceder las violentaba.

Las dos últimas citas que hemos presentado corresponden a un poeta maduro, o mejor dicho, a un escritor consagrado que ya está intelectualmente definido. Su relación con Dios está, como consecuencia, al mismo nivel, definida y consolidada. No obstante, para llegar a ese crecimiento espiritual, Darío tuvo que pasar por un proceso evolutivo lleno de crisis y contradicciones, tanto en el contexto del conflicto de las ideas, como por su insolvencia económica para sobrevivir. La Psicología, al respecto, nos enseña que la economía personal débil y precaria más el afán de desarrollo intelectual dan como resultado, o son igual a la alteración de la conducta, traducida en ansiedad, inseguridad y pérdida de la paz interior. Y, todos sabemos que el poeta creció y se desarrolló dentro de esta ecuación psicosociológica.


Importante es tener presente que el bardo siempre estuvo urgido de dinero, y que en esa época, cuando era un adolescente y un escritor en cierne estaban de moda las confrontaciones filosóficas religiosas, las corrientes anticlericales, el positivismo y las sectas secretas, como la masonería a la que él perteneció. ¡Qué torbellino tan impetuoso y alterador! Por eso, en este mismo proceso y como resultado de su búsqueda filosófica, Darío tuvo las inevitables dudas, inestabilidad de pensamiento, divagaciones y desorientación, sumado todo a su atracción por el misterio y lo oculto. Situación ésta que podemos confirmar al leer sus propias palabras en Cuentos y Crónicas, en la cuales dice: “Yo que he intentado profundizar en el inmenso campo del misterio, he perdido casi todas mis ilusiones. (…) He penetrado en la cábala, en el ocultismo y en la teosofía (…) he pasado del plan material del sabio al plano astral del mágico (…)”.


Consideremos, hipotéticamente, la posibilidad de que haya recordado, por ser un lector bíblico desde su niñez, que en el Libro de libros había una respuesta para su crisis interior. Nos estamos refiriendo a la figura que Jesús usara cuando los discípulos le preguntaron, ¿quién es el mayor? Y Él, tomando un niño y poniéndolo entre ellos, les respondió: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niño, no entrarán en el reino de los cielos”. La clave, entonces, es volver a ser niño y Darío comprende que tiene que auto aplicase una terapia psicoanalítica que le permita trasladarse a su infancia para experimentar la fe y ponerle un alto a sus divagaciones. Volver a la infancia significa retomar su fe, esa fe que en su espíritu infantil albergó con ingenuidad y pureza, pero que ha perdido en su presente. En otras palabras, necesita volver a ser niño para ser un adulto reconstruido, con fe inquebrantable y con las características necesarias que respondan a su necesidad espiritual de acercase a Dios.


Sólo bajo esa perspectiva de traslación a su infancia podemos comprender el contenido psicológico y moral de su obra Cuentos y Crónicas, específicamente, Mi Domingo de Ramos en la que dice: “Y he ahí que un niño meditabundo está arrodillado delante del sacrificio. Id al Himalaya, y entre las más blancas nieves de la más alta cumbre, buscad el copo que en sí contenga la blancura misma: esa es mi alma. Id al Sarón bíblico y, entre todos los lirios, escoged el que escogería para entrar en el Paraíso la más pura de las bienaventuradas: esa es mi fe. Sólo así logramos captar también el mensaje de la parte final de esta obra en la expresión: “Dame, alma de mi infancia, una hoja de tu palma bendita para coronar mi frente”.


A esa traslación psíquica de tiempo y espacio habrá que agregarle el resumen conceptual que la Iglesia le transmitió a Darío, el cual sostiene que mundo, demonio y carne son los enemigos acérrimos del espíritu. Con esto en mente, pudo ubicarse aún más en su propia realidad y captar mejor, que en el mundo se había contaminado, había sufrido y, paralelamente, también había desarrollado su intelecto. Que el demonio era esa entidad espiritual que se encarnó en sus debilidades y que la carne, celeste carne de mujer, era la síntesis de toda su crisis existencial. Debido a esto último, conceptúa a la mujer de modo diferente y contradictorio. A Rafaela, por ejemplo, con aprecio, admiración y epítetos sublimes. A Rosario, probablemente, con la oración siguiente: La hembra humana es hermana del dolor y de la muerte. Y, a Francisca, el gran amor de su vida, con estos versos: Ajena al dolor y al sentir artero/ llena de la ilusión que da la fe.

De este modo, siguiéndole los pasos, llegamos a la fe del autor y personaje principal de Oro de Mallorca, ya que él mismo así lo deja entrever en el océano de ideas de sus otras producciones. Darío es el adulto-niño que, después de extraviarse por la ruta equivocada que tomó para llegar a Dios, retoma la verdadera, ésa en la que ya había estado antes desde su niñez y la que le permitiera lograr su objetivo anhelado: la fe. Es el filósofo-poeta, psicoanalista de sí mismo, y el homo-sapiens auténtico de la batalla interior entre gula y templanza, entre lujuria y castidad. Es el ángel-humus que escribiera los más profundos versos de alta religiosidad y la más elocuente prosa, impregnada de su afán providencial. Es el autor de SPES, ese poema de volumen físico pequeño, pequeñísimo, pero gigante en su contenido espiritual. Un poema que merece ser leído, tantas veces como sea necesario, para memorizarlo y apropiarse del testimonio de fe absoluta que contiene, sin dejar de valorar y admirar el alcance intelectual que el autor puso en él. Veamos su mensaje:


“Jesús, incomparable perdonador de injurias,

Óyeme; Sembrador de trigo dame el tierno

Pan de tus hostias; dame, contra el sañudo infierno

Una gracia lustral de iras y lujurias.


Dime que este espantoso horror de la agonía

Que me obsede, es no más de mi culpa nefanda,

Que al morir hallaré la luz de un nuevo día

Y que entonces oiré mi “Levántate y anda”.


¿Verdad amigo (a) lector (a) que Darío tuvo una innegable e incomparable relación con Dios que pocos mortales logran alcanzar?


Managua, Nicaragua, 22 de noviembre de 2021




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