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Boletín Informativo Num. 11- Miedo Dariano

  • Asoc. Francisca Sánchez
  • 3 dic 2021
  • 9 Min. de lectura



“En esa época aparecieron en mí fenómenos posiblemente congestivos. cuando se me había llevado a la cama despertaba y volvía a dormirme. Alrededor del lecho, mil círculos coloreados y concéntricos, calidoscópicos, enlazados y con movimiento centrífugos y centrípetos, como los que forman las linternas mágicas, creaban una visión extraña y para mi dolorosa”.


Rubén tiene la edad de seis años y empieza a tener conciencia del sufrimiento que le acompañará toda su vida. Su infancia transcurre en el León colonial del siglo XIX de calles empedradas que se extienden por largas cuadras ceñidas por viejas casonas que en sus aleros por las noches cobijados por las sombras se refugian los murciélagos. Rubén vive en una de esas casas ubicada en la calle real y muy cerca de la iglesia de San Francisco. En su campanario la oscuridad recoge los misterios del tiempo sedimentados en insonoras sombras. El ambiente es propicio para leyendas de terror que llegan a oídos del pequeño Rubén a través de los relatos de la robusta doméstica llamada Serapia y del indio Goyo. Se reúnen por la noche en la cocina a sacar de su imaginación sencilla fabulosas historias de fantasmas, aparecidos de ultratumba y jinetes sin cabezas que resuenan por los empedrados cascos de sus corceles desbocados en la Rúa del espanto. El sonido es determinante para encuadrar un ambiente tétrico que atormentará al pequeño Rubén.


El do menor profundo del bronce de las campanas dialogaba con las numerosas iglesias de la colonial León Santiago de los Caballeros y se alargaba en el vacío cóncavo del cielo hasta alcanzar las neuronas atormentadas por los espantos que le narraban los servidores del hogar. El miedo alimentaba la certeza de ser víctima de los espantos narrados. Su angustia imaginada activaba en su conciencia para siempre creando un mecanismo defensivo para luchar con la huella patológica que marcó su vida. El rechinar de la carreta nahua se profundizó en su cerebro de niño afectándole ese vital órgano. Su Tálamo enviaba datos sensoriales que el córtex interpretaba y se almacenó en el hipocampo. En su amígdala cerebral se codificaron emociones terroríficas a las que dio respuesta de lucha orientando su vida a una definida comprensión de la dualidad existencial, la vida y la muerte, el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Él siempre asocia la luz con lo blanco extendiéndolo a la pureza para unirlo con el amor. Recordando a su primera esposa le dedica el poema: “El poeta pregunta por Estella”.


“Lirio real y lírico

que naces con la albura de las hostias sublimes

de las cándidas perlas

y del lino sin mácula de las sobrepellices.”


Indudablemente, la blancura sublime que expresa el poeta es un simbolismo puro como es Dios. Es su refugio seguro cuando lo desconocido atormenta. Ha perdido a su amada y aunque sabe que las blancas magnolias de sus manos serán ahora un puñado de polvo, no sabe si su espíritu vaga por la eternidad. Es la misma orientación que da a su miedo cuando ante los horrores de la mano peluda que le contaban, el poeta niño respondía:

“Fuerte venís

más fuerte es mi Dios.

La Santísima Trinidad

me libre de vos”.


El temor de la infancia está presente. pesa en su conciencia el recuerdo de Doña Ventura Darío, madre de su tía Bernarda, la cual, con sus temblores de San Vito y sus rosarios interminables, lo sumían en desconcierto horrorizado que solamente podía evadirse volviendo su visión prodigiosa a lo sagrado del Evangelio. Pero los relatos del Jinete sin cabeza, la araña peluda que perseguía como una araña, la Juana Catina que se la llevaron los demonios por casquivana, quedaron en su conciencia.

Su infancia abraza lo religioso, lo cual, florecerá la espiga de su fe. Se acerca a la cofradía de Jesús Nazarenos y con el padre jesuita Tortolini mitiga sus temores reflexionando las venturas cristianas para protegerse de Belcebú. El reverendo lo trata con afecto, pero quizás con un criterio visionario, jamás le insinúa sobre el llamado del Señor para servir a la iglesia. El no poder dormir sin luz se atenúa con las enseñanzas del catecismo que revelan Dios es amor y protector de Leviatán.


Se aferra a la luz brillante que destierra las sombras y ese tópico será recurrente en su poesía y también simbolismo preferente de su dualismo, con el cual, se defendía y huía del miedo a la oscuridad y al silencio de la noche:


“¿por qué el alma tiembla de tal manera

Oigo el zumbido de mi sangre,

dentro de mi cráneo pasa una suave tormenta.

¡Insomnio! No poder dormir, y, sin embargo,

soñar. Ser la auto pieza

de disección espiritual”.


Los hombres de pensamiento filosófico han reflexionado sobre el temor. Aristóteles nos dice: Es la emoción más primitiva y fuerte de la humanidad. Hobbes afirma que impulsa al ser al abandono de la naturaleza, a fin de encontrar seguridad y rechazar la muerte. El miedo es anticipación imaginaria de un dolor que puede ser físico, psicológico, moral o metafísico. Certeza y miedo son incompatibles. Incomprensiblemente, a veces, se unen para angustiar al hombre. Es una aproximación intuitiva que lleva al conocimiento algo imaginable de carácter universal. El miedo ha sufrido mutaciones a lo largo de la historia filosófica. Rubén temía se realizaran historias fantasmagóricas y se apoderaran de su conciencia de niño.


El tópico de la luz está presente en su unión con Francisca Sánchez. A ella le expresa desde el fondo de su alma:


“enciendes luz en las horas del triste”

Hacia la fuente de noche y de olvido

¡Francisca Sánchez acompaña-mé!


Durante toda su existencia, Rubén lucha con el velo oscuro que cubrió su niñez. Francisca es la palabra pura escuchada por el poeta en el Evangelio. El lucha con sentimientos oscuros tropezando con su dualidad existencial.

En su amada, el poeta encontró el refugio perfecto para su alma atormentada y dice:


“alma mía perdura en tu idea divina: así:

todo está bajo el signo de un destino supremo:

sigue en tu rumbo sigue hasta el ocaso extremo

por el camino que hasta la esfinge te encamina”

Corta la flor al paso, deja la dura espina:

en el río de oro lleva a compás el remo;

saluda al rudo arado del rudo Triptolemo

y sigue como un dios que sus sueños destina.

y sigue como un dios que la dicha estimula;

y mientras la retórica del pájaro te adula

y los astros del cielo te acompañan, y los

ramos de la esperanza surgen primaverales,

atraviesa impertérrita por el bosque de males

sin temer las serpientes; y sigue, como un dios…


En su amada encontró el poeta el bálsamo terrenal para mitigar sus temores crónicos que atormentaron su existencia desde su infancia. Con Francisca el poeta consolidó la herramienta contra los temores que lo marcaban diciendo:


“saber amar y sentir

y admirar como rezar”

En su niñez se auxilió con la estrecha relación que mantuvo con la Compañía de Jesús.

Ellos le dieron la fuerza de la fe para enfrentarse a las pesadillas de su infancia. Con ellos supo superar la aplastante loza de pobreza a la muerte de su protector el coronel Ramírez Madregil. Don Pedro J Alvarado que se había hecho cargo de los estudios de Rubén matriculándolo junto a su hijo Pedro en el colegio que él había contribuido económicamente para su fundación. Rubén con sus dotes de poeta se ganó la admiración de las jóvenes y la envidia de su primo Pedro que llegó a la suspensión de los pagos del colegio. En los Jesuitas encontró Darío un abrazo cristiano que le ayudó a superar la diferencia social entre su primo rico y el poeta pobre que con sus versos celebrados en su León hasta la tía Bernarda, le dijo en una ocasión “Con los versos no vas a comer”.


El mismo Rubén nos dice: “Aquellos mis primeros ecos en la amistad con los jesuitas …entonces se abrieron los primeros sueños, entonces se rimaron las primeras estrofas”.

Con la Compañía de Jesús halló el sosiego en la fe anteponiendo a sus pesadillas esperanzas. Su pensamiento se internó en las profundidades del conocimiento de la poesía neoclásica española y orientó sus ansias de saber a la cultura greco- latina que genialmente supo cultivar a lo largo de su carrera poética. Orgulloso mostraba en su pecho la medalla de oro y la cinta azul de congregante y sus versos clamaban:


¡Oh María

madre mía,

dulce encanto

del mortal!

Poesía infantil que a su encanto cristiano debemos de sumar el hecho que la estrofa iba acompañada de notas musicales que el poeta niño ejecutaba en el armonio.

Su primo Pedro era reconocido como pianista y Rubén atraído también por los ritmos eurítmicos de la diosa Urania, se agenció un viejo acordeón del anciano padre Tortoloni y en él aprendió a sacar correctas melodías en poco tiempo. Asombrado el santo varón no dudó en iniciarlo en el estudio del armonio, el cual, llegó a dominar muy pronto para el servicio litúrgico de la iglesia.


La musicalidad de Rubén Darío en la poética española fue introducida con cierta reminiscencia pitagórica y un giro simbolista que se hace patente en “El coloquio de los Centauros”. Dejando este amplio tema para boletines posteriores nos ocuparemos de las múltiples menciones de términos musicales que encontramos en la poesía Dariana. Nos habla de música, ritmo, melodía y armonía. En “Dilucidaciones” que será el prólogo del “Canto errante,” el poeta alcanza lo que podríamos llamar la plenitud de su madurez musical iniciada en su infancia con el aprendizaje del acordeón y del armonio. Musicalidad que luego trasladaría a los majestuosos ritmos Virgilianos y Horacianos de los heroicos hexámetros y alejandrinos. La esencia de esa música él la llamaba divina usando una sinestesia para manifestar una secreta unidad existente en la creación. En la concepción Dariana. el universo es música como ha sido para los pensadores de la antigüedad que hasta llegaron a hablarnos de escalas celestes como afirmaba el buen padre Tortolini y de los tonos y semitonos que conceptuaba el sabio padre astrónomo König en sus charla que despertaron su inquietud por las estrellas. Darío se concibe un ser capaz de percibir el ritmo del universo llegando afirmar la existencia de una música más allá de la concepción melódica helena, en la cual, se plasma la danza. Habla de música silenciosa manifestada en el ritmo. En el poema “Isidora Duncan” ve las posibilidades musicales en el soporte del movimiento. Darío hace suyo el arte poético de Verlaine De la musique Avant toute en la que da preponderancia a la música para expresar la armonía del universo.


Con los jesuitas se acerca espiritualmente a Víctor Hugo para acabar con lo satánico.

En su poema “la entrada en Jerusalén” nos dice:


Amparo y luz del hombre,

ante su inmensidad en honda tumba

Moloch se desmorona, se derrumba.


En su juventud se alejó de la Compañía de Jesús. Más no de la fe que ellos le habían inculcado. Influenciado por el liberalismo y los librepensadores, lanzó duros versos contra sus amigos y protectores espirituales de la infancia:


“Que es el jesuita ¿… Bolívar

preguntó a Olmedo

es el que da al pueblo Alcibar

envuelto en almíbar.

El inmortal Andrés Bello

estaba poniendo un sello

a una carta a San Martín

y dijo con retintín:

El jesuita?... lo dice ello

O cuando con más dureza expresa:

“El jesuita es el crimen

el enredo

es el que da al pueblo alcibar

envuelto en almíbar”.


El acíbar o alcibar es negruzco, amargo y nauseabundo.


Alejado de los jesuitas Darío conservó la fe y su cristianismo. Fue su escudo para defenderse de los temores del más allá. Aunque buscó en el ocultismo y en iglesias que predican misticismo de ángeles como la Iglesia Nueva Jerusalén que sigue la línea mística de Samuel Swedenborg. No encuentra solución a sus temores, aún en su madurez lo atormentan. Es Francisca Sánchez la que le da hogar, familia y amor. Será el bálsamo de sus angustias, su alborada y aurora azul. En su pobre urna cabe la luz eterna. Su dualismo encontrará al fin, en ella, su alma sororal.


Ella lo conducirá por las alburas que tanto ansiaba para poner en su alma la hostia sublime que en su infancia cantara desde el armonio de la iglesia.

El padre König lo inició en el estudio de las constelaciones que apasionó al poeta:


En las constelaciones Pitágoras leía,

yo en las constelaciones pitagóricas leo;

pero se han confundido dentro del alma mía

el alma de Pitágoras con el alma de Orfeo.

Se que soy, desde el tiempo del paraíso, reo;

se que he robado el fuego y robé la armonía;

que es abismo mi alma y huracán mi deseo;

que sorbo el infinito y quiero todavía…

Pero ¿Qué voy a hacer si estoy atado al potro

en que,

ganado el premio, siempre quiero ser otro

y en que, dos en mi mismo, triunfa uno de los dos.

En la arena me enseña la tortuga de oro

hacia dónde conduce de las musas de oro

y en donde triunfa, augusta, la voluntad de Dios.


Rubén en este poema misterioso expone su dualidad del mundo chorotega que gira entre las leyendas mágicas que le narraron y la realidad cristiana que presentaron los hijos de San Ignacio de Loyola. “El dos en mí mismo” es el niño atormentado y el amante y amigo que iría con Francisca al infierno o a Dios. Es la dualidad agónica que persiste en su poesía. Con ese poema observa su propia dualidad y como fiel seguidor del simbolismo la proyecta. Su espíritu quiere recrearse en el espíritu del cielo y no en los ángeles caídos de la historia de Juana Catina que le contara la madre de su tía Bernarda. El más importante factor defensivo fue su fe. Aunque finalizada ésta con las geniales reflexiones que le dieron sus arduas lecturas se distanció de los jesuitas. Es de razón señalar que el ambiente intelectual de su hogar saturado de liberalismo influyó en su pensar. Él era consciente de las ponencias realizadas por los tertulios que asistían a su casa. Todas ellas saturadas de patriotismo liberal exaltando al líder Máximo Jerez y si alguna opinión se manifestaba fuera de esa línea, era en dirección filosófica de un libre pensamiento tan floreciente en la época.

Edwin Zúniga Reyes.

María Isabel Flores Rubio.


Viena 2 de diciembre de 2021




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