Boletín Informativo Num.19 -Rubén Darío y José de la Cruz Mena - Edwin Zúniga Reyes
- Asoc. Francisca Sánchez
- 13 mar 2022
- 6 Min. de lectura

José de la Cruz Mena nace el 3 de mayo de 1874 y Rubén Darío el 18 de enero de 1867.
José, hijo del célebre músico Yanuario Mena y de Doña Celedonia Ruíz. Don Yanuario fue un destacado filarmónico de la orquesta del célebre músico y compositor leonés Don Marcelo Soto. Mena integraba con sus hermanos una familia de artistas de gran prestigio.
Era menor que Rubén Darío 7 años. Después de la muerte del coronel Ramírez, padre adoptivo del poeta, la tía Bernarda limitada en sus recursos económicos se ve obligada a matricular en la escuela pública del barrio San Sebastián a Rubén, para realizar sus estudios primarios. Ahí recibe el cuidado especial a sus dotes literarios por el profesor Felipe Ibarra, poeta chinandegano que fue el padre de Salomón Ibarra Mayorga, autor de la letra del Himno Nacional de Nicaragua. La familia Mena residen en ese barrio y son músicos célebres en toda la ciudad de León. José de la Cruz es admirado no solo por sus brillantes ejecuciones musicales del cornetín en las piadosas procesiones de Semana Santa amenizadas por la orquesta formada en León por Don Pablo Vega, brillante músico egresado de la primera escuela musical creada en Masaya, por Don Marcelo Zúniga. Darío ya era famoso en la ciudad por las granadas llenas de versos que escribía y que al pasar por su casa dejaba caer. Mena comenzó a admirar a Rubén por la singularidad de las granadas que se abrían dejando caer versos porque él desde muy niño era integrante de la banda musical que amenizaba las procesiones. Rubén visitaba a los jesuitas y pertenecía a sus cofradías donde el padre Domingo Tortolini le prestó un acordeón y al ver el rápido progreso que realizaba en su ejecución, lo obsequió y decidió darle nociones del armonio, instrumento que llegó a dominar en los servicios religiosos.
Rubén figuró como maestro de capilla auxiliar de organistas oficiales, como Mateo Vargas y otro de apellido Amaya. En muchas ocasiones, realizó interpretaciones en las iglesias de Zaragoza y San Sebastián.
Darío era un chaval envuelto en melodías. Permanecía muchas horas sentado en las gradas de su casa ejecutando las tonadas de moda en su León de influencia colonial. En donde, una de las cosas que destacaban eran las románticas Serenatas. Ahí se decantó por los valses y pasillos ejecutados en las melancólicas guitarras armónicas que fabricaba un famoso ebanista de apellido Juárez, progenitor del célebre contrabajista leonés don Ricardo Juárez. José de la Cruz Mena destacaba como guitarrista en la colonial ciudad de León Santiago de los Caballeros.
Al llegar Rubén a la Escuela Pública del barrio de San Sebastián y convertirse en discípulo del poeta Francisco Ibarra Mayorga, Mena y Darío se miraron fijamente como dice el eminente dariano Don Edgardo Buitrago y se correspondieron con la mirada. De ese encuentro nació una amistad hermanable. Mena se acercó a las misas de la Recolección y de las otras iglesias cuando tocaba el armonio Rubén. Frecuentaba su casa de las cuatro esquinas para ejecutar con la guitarra canciones escuchadas en el circo cuando realizaba su número Hortensia Buislay, la musa de adolescencia que despertó sueños pasionales en Rubén. Disfrutaba el adolescente enamorado de Hortensia escuchar las armonías que arrancaba de las cuerdas José de la Cruz ejecutando el célebre vals Sobre las Olas de Juventino Rosas que por ese entonces se llamaba “A Orilla del Sau” (sauce) y posteriormente “Junto al Manantial” para finalmente llamarse “Sobre las olas del Mar”. Otra obra que gustaba escuchar Rubén Darío interpretada por Mena era la célebre canción guatemalteca “Flor del Café” de Germán Alcántara. Estas obras estaban de moda en ese tiempo y eran ejecutadas muy a menudo en los actos del circo, cuando Hortensia actuaba. José de la Cruz siendo muy joven además de la guitarra y la mandolina ejecutaba magistralmente el cornetín, por lo cual, formaba parte de las bandas musicales en compañía de su padre. Mena conseguía la caja de violín o los gruesos rollos de partituras para que los cargara Rubén y de esa manera justificar la entrada al espectáculo sin pagar. Mena como músico de la banda, logró la entrevista con el payaso del circo, padre de Hortensia, consiguiendo que a Rubén hicieran pruebas para formar parte del espectáculo y viajar con ellos. Los resultados fueron negativos y el poeta enamorado quedó desconsolado al ver partir a Hortensia. Conservó toda su vida la pasión por la música y la armonía que siempre envolvió su obra inmortal. Su oído superdotado interpretó las cadencias de séptimas aumentadas y disminuidas como sensibles para resolver en el tono que exigía el verso, emulando en ocasiones, la expresión poética de Horacio, Virgilio y Ovidio.
Su vocación persistió a lo largo de su existencia. En la República de Argentina por el año 1895 después de sufrir una severa crisis de salud fue ingresado en el Hospital San Roque y durante su largo tiempo de restablecimiento el poeta se entrega a la quietud y en ella surge de nuevo la vocación celeste de la música. Se convierte en un fervoroso diletante Wagneriano entregándose a profundizar Parsifal, Lohengrin y el Anillo de los Nibelungos. En esa época se dio la ruptura amistosa entre Wagner y Nietzche. Rubén, aunque admiraba la obra literaria del filósofo se inclinó al músico por razón vocacional y principios religiosos al no compartir la tesis del Superhombre. De estas reflexiones poéticas musicales revivieron en Rubén las pasiones armónicas y retomó lecciones que había iniciado autodidácticamente con el acordeón que le donó el padre Tortolini y las elementales lecciones de solfeo que José de la Cruz Mena brindó en sus años de adolescencia. Enriqueciéndolas con las enseñanzas del sabio Wagneriano Charles Gouffre.
En artículos anteriores hemos hablado de la vocación musical de Rubén, la cual, fue una inquietud apasionada manifestada en todas las épocas de su vida. Desde antes de nacer estaba ligado a ella, a través de su madre, Doña Rosa Sarmiento, la cual, fue una célebre cantante en la ciudad colonial de León de Nicaragua. Ella era la voz preferida para los cantos de Tedeum y Ave María en los servicios religiosos celebrados en las diferentes iglesias de la ciudad y también en los eventos oficiales públicos. Bien sabido es de Rubén, sus conocidas interpretaciones del acordeón sentado en la puerta de su casa de las cuatro esquinas y la participación como ejecutante del armonio en las iglesias vecinas a su casa solariega.
En las cuatro esquinas de León, la música fue un elemento determinante de los gustos artísticos en los que sobresalían la poesía y el arte de los sonidos. Mena abonó el intelecto musical de Rubén y el poeta niño sembró en el alma de José de la Cruz Mena, la pasión por las composiciones religiosas que compuso, sobre todo, cuando la terrible enfermedad lo consumía. Sus Tedeum y Ave Marías fueron fruto de la fe nacida en los ritos religiosos que interpretaba el poeta niño en el armonio. Beatitud del culto divino, dirigidas en ocasiones por el santo padre Mariano Dubón. Continuando esa mística el reverendo Azarías Pallais. Mena soñaba llegar a Bruselas la tierra de su maestro Alejandro Cousin para desarrollar su arte como Waldteufel y Strauss. Solo pudo llegar al Salvador. Herido mortalmente por el mal de Lázaro escribe en el sanatorio Ave Marías, Tedeum, y villancicos. Vuelve su genio musical a las estrofas dramáticas y místicas interpretadas y cantabas por Rubén bajo la responsabilidad pastoral de los jesuitas en las iglesias de León de Nicaragua.
Las ejecuciones al piano de Rubén Darío fueron siempre de su preferencia. Durante los años en compañía de Francisca Sánchez siempre tuvo ese instrumento para su deleite y el de Francisca, a la cual, dedicaba sus melodías con el sentimiento de un poeta enamorado.
Poesía y música de esas dos disciplinas, fueron cultivadas por los dos más grandes del arte nicaragüense. Rubén Darío y José de la Cruz Mena. Por eso, Darío dirá: “Como cada palabra tiene un alma hay en cada verso, además de la armonía verbal una melodía ideal” y José de la Cruz Mena sobre su inmortal “Ruinas”, pondrá las palabras místicas de sus Ave Marías que dictaba a sus discípulos y que uno de ellos Pantaleón Vanegas conservó muchos años hasta que las entregó a Don Gilberto Vanegas, célebre contrabajista y miembro de la Orquesta de cámara de León que tuve el honor de ser su director.

Edwin Zúniga Reyes
Viena 11 de marzo de 2022.
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