Rincón del Arte V - El Cerro Mágico (Cuento)- Wilber Guzmán Campos.
- Asoc. Francisca Sánchez
- 18 jun 2022
- 5 Min. de lectura
Tenemos el placer de compartir "El Cerro Mágico", escrito por el poeta chontaleño y miembro de nuestra asociación Francisca Sánchez, Don Wilber Guzmán Campos!

EL Cerro Mágico
Hola a todos, quiero platicar algo que nos ha pasado; fuimos a visitar a Josefa la cual vive en un pueblito cerca de nuestra ciudad, ¡Ah!, perdón que maleducado soy, les saluda Andrés un poco despistado ¿Verdad?, en este paseo o aventura iba mi amigo el inseparable Pedro, su prima Martha, Cesar mi compañero de clase y María mí querida María, ese día no había transporte, nos ha tocado caminar por 2 horas, no sabría decirles cuanto fue en kilómetros; para nuestra suerte o más bien mala eran solo subidas o al menos eso sentía; íbamos cansados de caminar, también de cargar un termo, más el peso de nuestras mochilas, nos sentíamos muertos, aun así seguíamos, en el trayecto que llevábamos pasaban hombres a veces mujeres montadas en bestias mulares o caballares, nos alegrábamos cuando venía un carro, pero era de balde, pues aunque pedíamos ray, solo se querían llevar a Martha y a María, ellas no nos dejaban, así que seguían con nosotros en nuestra travesía, avistamos un guindo, y a la par de este un gran, hermoso e imponente cerro, —¡Qué felicidad! —grito Pedro—, ya estamos cerca, al seguir caminando y nos acercamos observamos a Josefa, ella nos saluda de lejos con la manos y cuando al fin llegamos nos dice: —me alegra que ya estén aquí—, saludamos, bebimos agua, en verdad nos saciamos de ella, y descansamos un rato, Pedro que ya había estado aquí en la casa de Josefa anteriormente nos dice: —¡Oe, Andrés!, es costumbre todo el que viene aquí debe de subir el cerro—, al ver nuevamente el cerro, pues ya lo habíamos visto cuando veníamos, me lleno de emoción y al instante le pregunto a María si le parecía la idea, no dudó en decirme que para eso estábamos allí, entonces decidimos ir hasta la cumbre de este, alistamos agua, algunas galletas, panes, Josefa como buena anfitriona decidió subir el cerro una vez más, estábamos alegres, caminamos entre espinas, matorrales y piedras, seguimos avanzando, hasta llegar al pie del cerro, nos detuvimos a pensar ¿Cómo subirlo? el sol comenzaba a dejar marca en nuestra piel, ya no aguantábamos y eso que estaba iniciando nuestra aventura, María nos empuja y dice: —¿Vamos a subir o no? —Le respondimos— sí, —entonces camínenos —dijo—, paso a paso íbamos, tomábamos agua de forma constante, aproximadamente cada 20 minutos nos sentábamos a descansar, se sentía muy fuerte sol en la piel y el viento era cada vez más violento, aun así, se escuchaba un, —¡Continuemos, todos podemos! —Pedro dándonos ánimos—. Mientras avanzábamos, escuchamos el picotear de un pájaro, volteamos a ver y en efecto allí estaba un precioso Guardabarranco, pero muy arisco, Martha quiso tomarle una foto y zas alzo vuelo y se perdió de vista; Cesar venía un poco atrás con Josefa se escuchaba una amena plática, de repente, nos hablan con espanto y a la vez con cuidado —chicos esperen, vengan—, fuimos con sigilo y curiosidad a donde estaban, —que pasa —dijo María—. No respondían entonces Martha le dio unas palmaditas a Cesar —¿Qué pasa Cesar?, este levanto la mano y señalando hacia donde estaba mirando, dice tembloroso: —allí miren, allí está ese animal—, Josefa que estaba más acostumbrada a situaciones como esta dice: —ese no es un animal es un duende, me falto decirle aquí hay apariciones de esos personajes que dan miedo, que para ustedes pueden parecer tenebrosos, para nosotros los del pueblo son seres un tanto temerarios y solitarios, pero cuenta la historia que le hacen daño a niños o niñas rebeldes con sus padres, mal intencionados con sus amigos y que se portan mal en la escuela, por eso me ven que estoy tranquila no les tengo miedo, lo más que hacen es burlarse de lejos y hacen esos ruidos, que ahora escuchamos, lo hacen porque se sienten descubiertos por muchos, en verdad que a estos duendes solo les gusta asustar cuando uno va solo, así que lo mejor es que nadie se separe del grupo—, —mejor seguimos —les dije.
Íbamos por la mitad del cerro, cuando avistamos un jardín de flores silvestre bien hermoso, parecía un lugar de cuento de hadas, no lo podía creer, era tan espectacular la combinación de colores nunca en mi vida había visto algo así, Martha se detuvo a querer tomar una de ellas y Josefa le dijo con voz fuerte: —No lo hagas—, —¿Por qué? —Respondió Martha—; prosiguió Josefa —muchachos la verdad no creí que llegaríamos hasta aquí, pensé que al ver a los duendes ustedes querrían regresarse pero veo que la curiosidad y las ganas de aventuras es mayor al miedo, pero ahora que tú, —señalando a Martha—, has querido cortar esa flor, te he detenido porque si lo haces, ellas expulsaran una gas que nos hará ver, escuchar y hasta sentir alucinaciones vivas, nos desorientará y no regresaremos hasta que halla pasado el efecto, así que por favor nadie corte ni un solo pétalo. Todos en silencio, ninguno dijo una sola palabra, en ese momento solo pensamos en salir de aquel jardín, que a mis ojos era extraordinario, nada visto antes, —en marcha —dije—, y todos salimos pasmados de ver tantos colores más que el del arcoíris. Continuamos subiendo y subiendo ya estábamos súper cansados no queríamos seguir caminando exhausto les dije: —detengámonos un ratito por favor, —el resto dijeron a coro—, debemos seguir, vamos Andrés échale ganas, María va hacia mí, me toma del brazo y me lleva, caminamos, caminamos, seguimos y seguimos, —al fin llegamos —dijo un intrépido Pedro—, —al fin —repitió Cesar—. Como les describo lo que vieron mis ojos, si los duendes daban miedo pero a la vez ganas de verlos, además si las flores eran lindas y no queríamos venirnos, aquello que estaba frente a nosotros era el cielo, en verdad que sí, se podían sentir las nubes, era una especie de neblina pero que con el sol en su esplendor no afectaba la visión de lo que allí había, una laguna que parecía de agua cristalina estaba frente a nosotros, los peces se veían como si estuviéramos nadando con ellos, se podía ver las cuevas donde se metían, era tan maravilloso que no podíamos creerlo, habían árboles frutales que no son propios del lugar, parecía algo mágico ¡Sí mágico!, las aves no se espantaban, casi volaban y caminaban a la par de nosotros, el espectáculo no terminó allí, cuando se quitó la neblina se pudo ver a lo lejos todas las ciudades del sur, que rodean el cerro, era el mejor mirador que habíamos visitado, las personas se miraban miniaturas de tan alto que era el lugar, en verdad que allí había muy poco ruido, era la naturaleza y nosotros, Cesar quería meterse a nadar y Josefa lo detiene y nos dice a todos: —lo que ven, todo perfecto, agua cristalina, que las aves no tienen miedo a nosotros, frutas de especies que no habían visto, es porque aquí no se permite nadar, pues esto puede alterar el hábitat de los peces, ni matar animales y solo se puede comer una fruta por visitante, comimos y tomamos fotografías, fue difícil el momento en que debimos dejar aquel paraíso, ya era hora de regresar pues se podía observar que el sol estaba cerca de ocultarse, decidimos volver, íbamos felices después de un día lleno de aventuras y de ver cosas maravillosas, es a la fecha y nadie nos cree que miramos duendes, tampoco del jardín de colores que nunca habíamos visto, lo único que nos creen es del agua cristalina, los pájaros a nuestro lado, y que estábamos comiendo frutas, aquí si pudimos tomar foto.
Autor: Wilber Guzmán Campos.
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